No es cosa de hombres (sólamente)


Dos generaciones, madre e hijo. Telmo y su madre María en la bodega Blanca Reyes.

Telmo Moreno y Sebastián Íñigo Vera, comercial de la bodega, ante una gran bota de oloroso.

No es cosa de hombres (sólamente)

Las otras ‘madres coraje’ del vino · La historia de María, responsable de las bodegas ‘Blanca Reyes’
El mundo del vino de Jerez ha tenido un racimo de mujeres singulares y valientes, viudas que, con enorme tesón y fuerza, se pusieron al timón del negocio en un sector totalmente controlado por hombres. Estas ‘madres coraje’ entendieron que, una vez viudas, la mejor opción económica para sacar adelante a sus hijos no era malvender, sino seguir con el negocio.

Ya lo había hecho hace más de un siglo, en 1855, con igual razonamiento, Aurora Bölh de Faber Larrea, que tras enviudar del inglés Thomas Osborne Mann, cedió la gestión a Francisco Morgan. Otra heroína fue Josefa Colom, viuda de Eduardo Hidalgo o Aurora Ambrossy Lacave, que dirigió las bodegas entre 1911 y 1921 y, hoy día, son archiconocidas Pilar Plá y Carmen Borrego, madre e hija, que regentan con éxito las bodegas de Maestro Sierra desde la muerte de su marido. Un caso algo similar al de la entrañable Pilar Aranda, quien tras el fallecimiento de su padre, el célebre político y cirujano Fermín Aranda, prefirió continuar con su cupo del negocio familiar y se mantuvo durante cuarenta años en la dirección de su empresa de almacenado de vinos de Jerez.

Junto a estas mujeres, afloraron otras muchas anónimas que mantuvieron la empresa familiar. Una de ellas es María Jiménez García, que ahora regenta junto a su hijo Telmo las antiguas bodegas Sol, ahora ‘Blanca Reyes’, en el corazón de La Plazuela. Francisco Espinosa de los Monteros levantó la bodega en 1884 como empresa familiar y artesanal.

Mari, una Espinosa de los Monteros, casó con un algecireño, Aurelio Blanca Reyes. Aurelio fue siempre hombre emprendedor que se propuso llevar a buen término todo lo que tocaba. Era propietario de una oficina de transportes en la calle Circo, pero el negocio del vino le maravillaba.

Entretanto, muy cerca, María hacía su vida normal de casada. María era una de los seis hijos de Rafael Jiménez y de María García Sánchez. Rafael trabajaba en Valdespino. Era arrumbador. María le colocaba la fajilla. De niña, cuando a Rafael le daban en la bodega una hora de comida por echar deshoras, María le llevaba un canasto de comida de la que daba cuenta en un banco del Mamelón.

«En el mono de trabajo de mi padre -cuenta María- aparecían las iniciales de Antonio Romero Valdespino (A.R.V.). De vez en cuando, se tomaba dos copitas y nos preguntaba: ‘¿Qué pone aquí?’ Y decíamos: »A Rafael, vino’. Y después, los accidentes en la moto. Bueno, trabajando entonces en una bodega… ¿pero ya no no se bebe tanto como entonces, verdad?» María enviudó de su primer marido, Telmo, a quien ‘habló’ durante siete años de noviazgo. Estuvo diecinueve años ayudando en la cocina a los jesuitas. Iba a comprar el vino en el despacho de Aurelio y lo conoció. María y Aurelio se casaron, pero la felicidad duró poco. A los tres meses de matrimonio, Aurelio murió y María volvió a encontrarse sola, con un hijo en el mundo. «Me daba miedo meterme en un mundo de hombres, pero lo hice por él, por Aurelio, por no ver desaparecer lo que él había construido con tanto sacrificio y constancia. Él lo dejó muy claro en el testamento, pero yo seguí al frente del negocio. Podría haberlo vendido y haber vivido muy bien y, sin embargo, ahora sigo aquí desde hace veinte años, sufriendo, porque los negocios están muy mal. Yo no tuve más remedio que aprender, ver por dónde iban los tiros, aprender para que nos engañasen mucho… Tuvimos a un operario que informaba a mi hijo Telmo, un químico de la bodega Caballero. Y de vez en cuando, nos asesora Rafael García, un trabajador de González Byass con mucho prestigio». Aurelio, precisamente, se formó en la bodega de los González, socios primitivos de los Espinosa de los Monteros, y aprovechó esos conocimientos para aplicarlos en la bodeguita. «Cada día, Aurelio se levantaba muy temprano y se ponía bien abrigadito. En la bodega, hacía siempre muchísimo frío».

La coqueta bodega alberga unas quinientas botas. De ‘bodega de vinos comunes’, como se les llamaba entonces, hoy día ya forma parte de las empresas de crianza y expedición y están inscritos en el Consejo Regulador. El reto más inminente es el de la exportación, como dice Telmo, para lo que ya ha habido contactos con el mercado asiático. Han comenzado a embotellar Pedro Ximénez, moscatel, oloroso y cream, a los que seguirá la gama de amontillados, medium, fino, manzanilla y vinagre.

Entretanto, el antiguo despacho de vinos de Puertas del Sol vive un trajín diario de gentes. Dice María que hay todavía algunos despachos. «Abren y cierran. Pero éste no se puede cerrar. Eso me lo dice mi hijo Telmo muchas veces: ‘Mamá, si esto fuera un quiosco, ya habríamos cerrado’. Y es que mantener todo esto es caro. Seguimos luchando y, cuando algún día me encuentre con él (por Aurelio), le preguntaré si lo hemos hecho bien o mal». Para María, que lleva una veintena de años ayudando a su hijo Telmo en las labores del despacho y la bodega, «todo es trabajo, mucho trabajo… sobre todo con los vinos finos. Hay que cuidarlos, mimarlos…» Como un reloj, todos los días baja de su casa para ayudar en la bodeguita. Ha cumplido los 68 años, aunque parece que se come los años, y si no fuera por sus achaques en las rodillas y la espalda, parecería una mujer mucho más joven.

En la Plazuela, la bodega de Blanca Reyes sigue con su rutina diaria. María y su hijo Telmo no paran. El despacho de vinos requiere atención. Luego llegan las visitas. Tranquilos, siempre estará María, la buena de María.

Fuente Noticia: Diario de Jerez

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